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SERVICIO

en los campos de batalla

En el año 1835 se comenzaron a incendiar los conventos y a perseguir a los religiosos, a quienes se les prohibió vivir en comunidad. Pero las hermanas se propusieron salvar su vocación. Las echaron del Hospital pero continuaron comunicadas y prestando sus servicios de caridad solidaria.

“El año 1836 debió ser un año de intensa oración para Ana María que había sido echada del Hospital...”

Ana María podía esperar en casa de sus padres que llegaran mejores tiempos. Pero ella, urgida por su vocación, quiso seguir ayudando, haciendo el bien. Durante el curso 1836-1837 dio clases en el Real Colegio de Educandas de la calle Mayor, sin dejar de velar por las hermanas dispersas de quienes era ella responsable, en su calidad de superiora.

 

No es fácil apostar por la vida en medio de la realidad cotidiana de la muerte que se vive en tiempos de guerra. Ana María y sus compañeras así quisieron hacerlo y a pesar de los peligros que esto significaba aceptaron la propuesta que el mismo Carlos de Borbón les hizo de atender a los soldados heridos en hospitales de campaña.

Eran muy precarias las instalaciones con que contaban. Primero en Solsona, donde atendían a innumerables heridos de recientes batallas en hospitales improvisados en algún convento o en la misma calle.

 

Luego, a partir de julio de 1838 hasta el 4 de julio de 1840 residieron normalmente en la Vall d’Ora y en la Boixadera, donde se habilitaron unas masías como hospitales de sangre.

 

“La Madre Ana María y sus compañeras encontraban su delicia en las pequeñas grandes cosas: en las visitas a los enfermos, las curas, la higiene, la vigilancia de las dietas, la muda de ropa, y otros mil detalles. Así lo comportaba la atención a los enfermos, a los convalecientes y moribundos. La amorosa consigna era: “Que no falte nada a nadie”. O esta otra: “Que todos sean ayudados y consolados”.

 

Madre Ana María, superiora de la comunidad, normalmente residía en la Vall D´Ora pero visitaba los otros hospitales ya que era encargada de distribuir el personal, según las necesidades diarias, y debía prever los servicios, de acuerdo con las órdenes de sus superiores. A veces iba a los campamentos e incluso a los lugares donde se luchaba... En el mismo frente. Intrépida, llevaba allí el rancho ya que los soldados no podían abandonar, sin peligro, sus posiciones. Y cuanto ella hacía, lo hacían también las otras hermanas... Ellas recogían y atendían a los heridos y, si era necesario, les ayudaban a bien morir...

 

Una de ellas, María Antonia Fages, murió a los 27 años como víctima del agotamiento en el campamento de Vall D´Ora.

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