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TIEMPOS DIFÍCILES

La revolución del año 1868 y los sucesos de los años siguientes paralizaron este dinamismo. Llegaron horas de dura prueba, horas arduas, para la Madre Janer y para las hermanas que vivían en L’Alt Urgell. Por disposición de la Junta local y de las autoridades correspondientes, el Hospital, las escuelas rurales que regentaban y el noviciado fueron secularizados y las hermanas despedidas.
Se encontraron sin casa, sin trabajo, con recursos escasos, en gran inseguridad, ante un incierto futuro.

El Obispo Caixal estaba exiliado en Roma en esta época y había dejado el Instituto a cargo de otras personas que él consideraba podían llevarlo adelante.

Durante este período la madre fundadora, Ana María Janer, permaneció al margen de toda actividad de gobierno y no tenía facultad alguna de decisión. Comprendió muy pronto que se trataba de crear una obra nueva y diferente. Ella siguió con la confianza puesta en el Señor. Estuvo algún tiempo en Cervera y de allí pasó a la Casa Asilo de Sant Andreu, donde residió habitualmente. Se ocupaba de servir a los pobres, y dedicaba mucho tiempo a la oración.

El amor estable, paciente, fiel y misericordioso, lleva a Ana María a hacerse cargo de las debilidades humanas y a soportar las contrariedades de la vida, con tal de conducir a sus hermanos al Señor. Ella decía: “Amen los desprecios, sin buscarlos ni pretenderlos, sino tomándolos del modo que vengan, por amor a Jesús.” Es este un signo de la madurez de un amor que ha pasado por innumerables pruebas.

En Ana María el amor se expresa como abandono confiado en manos de la Providencia y de la voluntad divina. “Dejen hacer a Dios que sabe todas las cosas”, nos dice. Y ella lo practicó en este tiempo. Confió y esperó que amanecieran tiempos mejores.

Una vez superado el tiempo de crisis Ana María Janer es elegida Superiora General del Instituto de Hermanas de la Sagrada Familia de Urgell. Ya tenía cerca de los 80 años…

 

 

 

1883 – ÚLTIMOS AÑOS

 

En el año 1883, la Madre Janer terminaba el tiempo de elección... Esta Madre conservaba toda la lucidez de entendimiento y su memoria era feliz.
“Conservaba íntegras sus facultades mentales, y se dedicó de una manera especial a la oración y al trato con la gente joven que había en la casa de Talarn: novicias y colegialas. Ellas recordarán más tarde las ‘amables y alegres veladas de Talarn’...”.

“...el año 1884, estaba algo más decaída, pero siempre sus labios se abrían con provecho espiritual del prójimo y siempre presente a los actos de Comunidad. Pobre Madre, se encogía a la fuerza de la tirantez de sus nervios, mas su entendimiento conservaba el brillo de la edad madura, en la que está sentada la experiencia y reluce también la discreción, las ideas gozan de serenidad y salen ordenadas...”  

 

1885, 11 de enero.

“...su última noche se manifestó por vivos dolores, mas parecía que no los sufría; tanto sabía disimular la monja sufrida... Eran altas horas de la noche y la piadosa enferma dijo: ... ”Padre, mi deseo es morir como penitente por amor a Cristo Jesús que por mí expiró clavado en Cruz...”

La enferma advirtió que una se había quedado, y era la que de pocos días había perdido a su madre. La tomó de la mano y su corazón maternal le dio prueba de cariño; la apretó entre sus manos por tres veces y otras tantas le dijo: ‘Fill meu’ (que significa: Hija mía); la hermana comenzó a llorar, y esta fue la expresión de su filial terneza y gratitud a su segunda Madre...

“A las 11 de la mañana del 11 de enero, mientras las Hermanas rezaban la décima estación del Vía Crucis, la Madre Ana María Janer muere. Ella que vivió con la esperanza puesta en Dios, seguramente escuchó de su Señor la invitación: “Entra, porque estuve enfermo y me socorriste; entra, porque tu lámpara siempre ardió”.

 

En esta vida entregada Dios ha dejado una huella de su infinito amor por los hombres, por cada hombre, incluso el más débil y marginado… En la vida de nuestra Madre encontramos la huella de la misericordia de Dios en un mundo herido, en los corazones heridos de tantas personas que se acercaron a ella y pudieron conocer de cerca su vida de santidad.

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